martes, 31 de agosto de 2021

AVENTURAS EN EL RÍO HUALLAGA (abril 1973)

El único hospedaje donde se pide los nombres al salir

Nuestra primera noche había transcurrido en Aucayacu. “Dormimos” nuestra luna de miel en un hotel de la plaza principal…. Siempre con un ojo tras la ventana, pues Tingo María había quedado atrás, con los familiares del tío Manuel María y toda la policía tras nosotros. Me había robado a la sobrina, quien había llegado desde Piura, cuando su madre la pretendía alejar de mi. Meses después nos enteraríamos que nuestros perseguidores, para fortuna nuestra, habían salido en nuestra búsqueda por el camino equivocado, pensado iríamos rumbo a Lima vía Huánuco, parando cuanto carro podían.

Así llegábamos a orillas del Huallaga, dejando botados los pesados caminos bloqueados por los huaycos y derrumbes. Estábamos frente al puertito de Uchiza, ciudad que por ese entonces, después nos enteraríamos, era la Meca de la producción i tráfico de drogas provenientes de la coca. Ahí nos esperaba un lanchón pronto a zarpar río Huallaga abajo. La carga de alimentos, combustibles y otros pertrechos propios para las necesidades de la selva, dejaban poco espacio para pasajeros. El destino era Juanjuí en el dpto. de San Martín.  Todo era bello durante la travesía, estaba junto a mi novia admirando los bellos parajes selváticos, el silbido de las aves nos dopaban en esa solitaria belleza. A ella le provocó mojar sus pies en las aguas y sonreía bella y niña, pues apenas acababa de cumplir sus 17 años. Yo ya era un hombre de 20. Al menos me sentía un hombre pues desde que llegué a los 18 ya era dueño de mala fama y hasta prontuario policial, tanto como rebelde estudiante universitario así como por riñas callejeras en noches de bohemia, causal principal del odio que despertaba en mi ahora querida suegra.

El capitán de la barcaza, o bote grande, nos despierta de nuestro embeleso, advirtiéndonos que es muy peligroso poner los pies en el agua por la presencia de la temible piraña. Cayendo la noche llegamos a otro puertito donde pasaríamos nuestra segunda noche. Era Sión, nombre que oíamos por primera vez, pero que luego sería famosa como punto de pase del narcotráfico. El rústico hospedaje lucía montado casi sobre el propio río, en cuartos de caña por el cual podías ver de uno al otro. No recuerdo que nos fastidiaran los zancudos a pesar que nos bañamos a punta de balde y jarro, casi al aire libre. También lavamos nuestras ropas que llevábamos puestas, pues era las ventiunicas, pues la novia había sido sustraída de la puerta de una academia universitaria, con lo que traía puesto y las mías quedaron en un hotel de Tingo María. Nada importaba pues estábamos juntos y con eso nos olvidábamos de todo y todos. Entre arrumacos y sobresaltos pudimos amarnos y también dormíamos, hasta que llega el amanecer y el maquinista empieza a hacer ruidos preparando la barcaza. Los pasajeros empiezan a salir de las cabañitas, tomar algo de desayuno en la pequeña pulpería aledaña, donde además regresé  para comprar unos cigarros para los que me faltó una peseta, a lo que la mujer exclamó “ya dale, de repente son los últimos que se fuma”, lo que me dejó en bolero, sin embargo el dueño del hospedaje despejaría toda duda cuando, colocado al lado de la barcaza, recababa los nombres de todos los pasajeros. A lo que me toca el turno le doy los nombres de los dos pícolos amantes, no sin antes preguntar la razón de pedir los nombres no a la llegada sino a la salida… En forma desfachatada el hombre me responde: ”lo que pasa es que de acá para adelante vienen los malos pasos, y casi siempre se ahoga gente y después viene a joder la policía por los nombres de los pasajeros, ahorita nomás se ahogaron cuatro monjitas”. Puta, así cualquiera entiende.

Antes de tocar Juanjuí, los Malos Pasos del Huallaga

Y que sí, que era verdad el peligro que corre toda embarcación de motor al surcar estas veloces y procelosas aguas, sobretodo cuando encerradas entre paredes de roca y enormes peñascos enterrados en el cauce del Huallaga, conforman los famosos Malos Pasos. En aquella época el tránsito más rápido y obligado era por río, pues los puentes sobre el veloz Huallaga recién estaban en construcción, como bien pudimos observar. Fue así, cuando ya se avistaba a lo lejos el enrocado, que el encargado del motor a voz en cuello nos advierte de tomar posiciones seguras pues el remezón es inevitable…. Pero el motorista también se preparaba, y lo hacía con tanto esmero probando la aceleración del motor, tanto que se le apagó la máquina. No sé si me apremiaba más mi responsabilidad de la seguridad de mi amada, que ya estaba viendo por donde poder ponerla a salvo llegado el momento, o si la cara de terror del motorista y su brazo que sacudía una y otra vez la soguilla para poner en marcha el motor. La escena era de verdad apremiante y la nave iba ya casi al garete, pues en su afán de arranque el hombre soltaba el timón que es lo mismo en un fuera de borda. Cuando ya empezábamos a sentir los remezones y golpeteo del río que cada vez se estrechaba más, se escucha el roncar del motor lanzado. El varón, que si lo era carajo, arremetió la maquina con toda su potencia hasta lograr el control de la pequeña barcaza, pero remeciendo mucho más que lo acostumbrado, tanto que cayeron al río algunos pertrechos acomodados en la nave. Aplausos, sí, siempre los aplausos al superar la grave circunstancia. Los pasajeros nos mirábamos las caras nerviosamente sonriendo, al mismo tiempo que nos abrazábamos fuerte los que teníamos a quien abrazar. Fueron cuatro los feroces pasos que pudimos superar con éxito, luego, ya en el Huallaga de selva baja, nuevamente la paz y la belleza de la selva nos hacían olvidar los escabrosos pasos…. Dos horas más y amarramos en Juanjuí.

(Pueda ser que continúe)