La última vez que había visto al gringo Russell, fue una noche en que mientras en el aula mayor de la facultad de economía, allá en el viejo claustro de la calle Libertad, se realizaba una asamblea de estudiantes, él se estaba bajando todos los fluorescentes de las demás aulas, los que fueron a parar, ahora lo sé, a alumbrar los cuartos y pasadizos de un hotel de la avenida Bolognesi.
Generacionalmente Russell pertenece a los nacidos en los cincuenta con el chinito zelada, tacho Manrique, don niño Arturo, trompudo Augusto, atorao Riofrío, perico Olavarría, mamón García, meneco Sánchez, ursus Seminario, mechoso Delly, ni chevo Balmaceda, el cachudo Talledo, el zurdo Carmona y otras joyitas que crecieron en épocas de bonanza económica, la mejor década que atravesara Piura.
Todos engreídos por la mama, los tíos y abuelos, nunca les faltó medios para hacer lo que se les viniera en gana. Mataperros, enamoradores de señoras en el martes social del Municipal. Borrachos y bronqueros, campeones del perro muerto por lo menos una vez al mes comían comisaría. Pasaron todos por tres y cuatro colegios y creo que ninguno terminó la universidad. Debieron ser ellos los que inventaron los mixtos de marihuana y pay, pues crecieron y experimentaron con todas las drogas habidas y por haber.
Aparte de sus “degeneracionales” el gringo gustaba frecuentar amigos mayores como los mamones Valdiviezo, el burro Seminario, el flaco Azcárate y el loco Llona, en su barrio de
Es decir el gringo era el prototipo del “pendejerete”.
Un buen día Russell desapareció de Piura, creo que el más contento fue su padre Mr. Tiffert, querido y recordado profesor de inglés, quien justamente había logrado convencerlo de ir a EE.UU. pues poseían la nacionalidad norteamericana. Este era el plus que pocos adivinaban podría utilizar el gringo en cualquier momento, y se marchó.
Pasado el tiempo un buen día Inesperadamente me topé de sopetón con Russell por el centro de Piura, no le veía desde hacía 35 años. Alto, enjuto, con pinta de marihuanero y pelucón como era, ahora se presentaba fornido, rubio, siempre colorau ojos azules. Es decir una pinta de artista gringo fatal. Nos sentamos a conversar cerca al cine Municipal, barrio donde vive con su madre la Sra. Elena More recordada conductora de la farmacia “San Alfonso” de la San Sebastián. Allí, cercano a la mangachería, El gringo ya hizo su nueva gallada, lo malo que de todos no sacas uno bueno de gorreros los fatales. Alrededor de unas buenas chelas, acompañadas de un cebichito, que según me confesaba era su potaje favorito desde su arribo al Perú, estuvimos chévere que chévere escuchando sus historias y contándole las nuestras, con muertos y heridos. No pedía otra cosa más que su cevichito y su chelita que le renuevan la vida.
“Nada, llegué a USA y me puse a trabajar en una panadería en Kansas City”, conversaba el gringo. “Tuve suerte de encontrar gente buena y pude estudiar panadería, repostería y me gradúe de dietista. Luego trabajé en abastecimiento de comida preparada masiva, así atendíamos colegios, campamentos, universidades, rancho militar y otros”, proseguía Russell. No quería saber nada con el Perú, tanto así que para no ver a ningún paisano, ni siquiera familiar, que ya empezaban a viciarle el aire, prefirió emigrar hasta Alaska.
El gringo no para de hablar, “espera para contarte so guevón”, replica cuando fue interrumpido por el Yayo que, como buen gorrero y huele guiso de los del muni, ya se había incorporado a la mesa. "No sé ni cómo pero me casé tres veces, dos en USA y una en el Perú, y sin sacarla... sin sacar la partida de divorcio pues baby", el Yayo lo miraba con la boca abierta, pero abierta para aventarse la siguiente cucharada de ceviche, porque el puta come en cuchara por lo que en el barrio también se le conoce por "Telemach", ese programa de la TV alemana donde el que comía más rápido era el campeón. "ahora cada vez que quiero ver a cualquiera de ellas, llego con dólares y siempre encuentro las puertas abiertas". Que pendejo este gringo, pensábamos cruzando nuestras miradas sin decirlo.
En Alaska el gringo como maestro chef había llegado a trabajar a la prisión estatal. Allí pudo convivir de alguna manera con los más ranqueados que como castigo eran enviados hacia tan gélidas tierras. Una noche violaron a un muchacho recién llegado, proseguía el gringo. Eran siete brutales negros que le desollaron sus partes, por lo que al día siguiente que lo encuentran llorando, Tiffert le presta ayuda y le conduce a enfermería donde le brindan cuidados especiales. Un día después el joven amaneció muerto. El pobre atormentado se había ahorcado con las sábanas. Ese tipo de crucifixión no la aguantaba ni Cristo, afirma Russell.
“Bueno y de allí?”, preguntaba Yayo Feiguot sin soltar la cuchara. “De allí conche tu mare después de algunos años, por culpa de una incipiente diabetes me jubilé y ahora que recibo mi pensión decidí regresar a mi tierra a ver a tanto jijo e puta como tú bien sabes”, termina el gringo con una sonora carcajada de amistad.
Ahora el gringo Russell dice estar descansando en Perú pero regresa para Alaska por un contrato de 9 meses que ya firmó, esto en lo que es su fuerte, para atender un campamento de constructores de casas que el estado realiza para los aborígenes. Cosa que en Perú no sucede pues tenemos abandonados a nuestros primigenios habitantes que en otras latitudes como en Alaska y Nueva Zelanda se les considera como en joyel.
También desea Tiffert colaborar en la alimentación de los niños en las escuelas de este su Perú nativo, donde está presto a trabajar por llevar una dieta balanceada cuando el estado se decida de una vez por todas a brindar el necesario almuerzo al niño estudiante.
Es decir, gente que hasta para ser pendejo siempre fue buena, ha de morir buena, como nuestro compañero de aventuras de hoy, a quien le damos la bienvenida y le deseamos toda la suerte del mundo. Pórtate bien gringo, y si te portas mal ya sabes, hago banda y te acompaño.
Desde mi playa del río