Felix Floreano y la Casa Verde
Sabía llegaría la hora de escribir algo sobre este grande bohemio piurano, mangache más preciso, al que el mismísimo Vargas Llosa hiciera una entrevista para matizar su programa televisivo, La Torre de Papel, que sobre nuestra Piura editara en 1981.
Lo conocimos a Félix allá por el año 1977. Me llevó hasta su casa el muy querido amigo Pepe de Armero, el mismo que moriría al poco tiempo en trágico accidente de moto, lo que nos unió aún más en una sólida e irremediable amistad, a pesar de la marcada diferencia de edades que me forzaban al respeto.
El negocio de don Floreano era la venta de anisado. A este bastión del criollismo igualmente concurrían viejos bohemios casi todos alcoholizados así como jóvenes en vías de, en busca de licor barato que además venía acompañado de hermosas antiguas canciones criollas que don Félix batía con su viola y su rastrera voz que parecía escapar de aquella invisible línea que separa la vida y la muerte casi. La casucha tenía con las justas dos puntos de agua, no existía el desagüe y jamás se le colgó algún medidor de luz, pues con los mecheros era suficiente para darnos ese especial ambiente de bohemia si apenas sobrevivencial. Para miccionar había que ir al corral donde pacían chivos y cabras cuya crianza era tradición familiar.
La banda de “Huevo e Pava” en alusión a nuestro jefe, llegaba por lo general entrada la noche ya casi para tomarnos la del estribo. Sin embargo entrelazando las hermosas tertulias bajo las penumbras de los ateridos mecheros, siempre alcanzábamos a prender un mixto de “maricucha y pay”, que los mayores acostumbrados al cigarrillo negro fumaban también con agilidad inusitada y sin mayores preguntas. Dicen que prendas lo del otro día, me pasaba la voz Floro, como también llamábamos al viejo mangache de la calle Junín. Así sin querer nos convertiríamos en corruptores de estos viejos saurios en peligro de extinción.
De manera tal que el mayor palmarés del viejo Félix Floreano era haber sido guitarrista y cantor principal en la palizada de la Casa Verde , como se conociera a aquella picantería chicherío y cantina, tantas veces sodomizada, plantada en los extramuros de una incipiente Castilla al otro lado del río. El dueño, nos contaba don Félix, era un chiclayano de apellido Velásquez. Si bien es cierto no era un burdel propiamente dicho, con cuadra de cuartos, sí era frecuentado por mujeres de la vida muchas de ellas provenientes de la tierra del huerequeque, muy posible familias del tal Velásquez.
Cuando Mario Vargas Llosa realiza su reportaje el año 81 antes de las feroces lluvias, la novedad fue ver a don Félix en la TV pastoreando detrás de sus cabras, muchas de ellas dama de compañía de algún mozalbete cabrero, que también visitaban lo de Floreano.
Estás arriba don Félix! Era la expresión más común en la chinganita. Cuánto le dio el escribidor? Nada hombre, solamente la puerta de calle que ven y doscientos soles, replicaba el viejo mangache. Luego en la conversa nos alcanzaría a decir que Don Mario no conocía nada de la Casa Verde , que seguramente alcanzó a ver de lejos y por oídas.
Según data don Felix Floreano, la Casa Verde estuvo justo en los terrenos que hoy ocupa el mercado de abastos de Castilla, y esto coincide con los relatos de Vargas Llosa cuando dice que este lupanar se alcanzaba a ver desde el puente y que a hurtadillas se deslizaban por la orilla del río y aguaitaban como sacaban a las mozas y tenían relaciones a la luz de la luna. Y es que no era un burdel. la Casa Verde , y sí quedaba en el mencionado lugar, certificación expresa de don Joaquín Córdova, viejo y muy querido farmaceútico piurano, que conoció esta chingana en vivo y directo. Luego al ser abandonado el terreno revertiría al recién formado Concejo Distrital.
En efecto, los burdeles en Piura en aquella época quedaban en los extramuros de la ciudad, a la palestra en la Av , Loreto. Allí estaba lo de la Norma , lo de la América y mi linda tía la China Cari que está en el cielo y que de puro manatural la nombro pues, aunque en otra época, también fueron sus predios los de la Loreto. Estos datos me los pasaron mis tíos Ernesto “el pavudo” Trelles Carrasco y Federico Montenegro Aquino y Zavala, junto con “el serrano” Neyra los más bravos mozalbetes de la época, y de quienes en los indefinidos terrenos del mal y del bien aprendiéramos tanto.
Con la reverencia a nuestro premio Nobel y principalmente con la caricia del recuerdo de mis amigos del alma don Félix Floreano y Pepe de Armero, dejo aquí constancia de tamaña inexactitud.
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