sábado, 26 de febrero de 2011

Una Piura para el gringo Russell

La última vez que había visto al gringo Russell, fue una noche en que mientras en el aula mayor de la facultad de economía, allá en el viejo claustro de la calle Libertad, se realizaba una asamblea de estudiantes, él se estaba bajando todos los fluorescentes de las demás aulas, los que fueron a parar, ahora lo sé, a alumbrar los cuartos y pasadizos de un hotel de la avenida Bolognesi.

Generacionalmente Russell pertenece a los nacidos en los cincuenta con el chinito zelada, tacho Manrique, don niño Arturo, trompudo Augusto, atorao Riofrío, perico Olavarría, mamón García, meneco Sánchez, ursus Seminario, mechoso Delly, ni chevo Balmaceda, el cachudo Talledo, el zurdo Carmona y otras joyitas que crecieron en épocas de bonanza económica, la mejor década que atravesara Piura.
Todos engreídos por la mama, los tíos y abuelos, nunca les faltó medios para hacer lo que se les viniera en gana. Mataperros, enamoradores de señoras en el martes social del Municipal. Borrachos y bronqueros, campeones del perro muerto por lo menos una vez al mes comían comisaría. Pasaron todos por tres y cuatro colegios y creo que ninguno terminó la universidad. Debieron ser ellos los que inventaron los mixtos de marihuana y pay, pues crecieron y experimentaron con todas las drogas habidas y por haber.

Aparte de sus “degeneracionales” el gringo gustaba frecuentar amigos mayores como los mamones Valdiviezo, el burro Seminario, el flaco Azcárate y el loco Llona, en su barrio de la José Olaya, de los cuales sólo aprendía más mañas. Amigo también de todos los malandros del cementerio de Castilla, que pudo conocer a su paso por el Miguel Cortez, el Maycol en el argot. Creo que llegó a tocar con los Sangre Verde.
Es decir el gringo era el prototipo del “pendejerete”.
Un buen día Russell desapareció de Piura, creo que el más contento fue su padre Mr. Tiffert, querido y recordado profesor de inglés, quien justamente había logrado convencerlo de ir a EE.UU. pues poseían la nacionalidad norteamericana. Este era el plus que pocos adivinaban podría utilizar el gringo en cualquier momento, y se marchó.

Pasado el tiempo un buen día Inesperadamente me topé de sopetón con Russell por el centro de Piura, no le veía desde hacía 35 años. Alto, enjuto, con pinta de marihuanero y pelucón como era, ahora se presentaba fornido, rubio, siempre colorau ojos azules. Es decir una pinta de artista gringo fatal. Nos sentamos a conversar cerca al cine Municipal, barrio donde vive con su madre la Sra. Elena More recordada conductora de la farmacia “San Alfonso” de la San Sebastián. Allí, cercano a la mangachería, El gringo ya hizo su nueva gallada, lo malo que de todos no sacas uno bueno de gorreros los fatales.  Alrededor de unas buenas chelas, acompañadas de un cebichito, que según me confesaba era su potaje favorito desde su arribo al Perú, estuvimos chévere que chévere escuchando sus historias y contándole las nuestras, con muertos y heridos. No pedía otra cosa más que su cevichito y su chelita que le renuevan la vida.

“Nada, llegué a USA y me puse a trabajar en una panadería en Kansas City”, conversaba el gringo. “Tuve suerte de encontrar gente buena y pude estudiar panadería, repostería y me gradúe de dietista. Luego trabajé en abastecimiento de comida preparada masiva, así atendíamos colegios, campamentos, universidades, rancho militar y otros”, proseguía Russell. No quería saber nada con el Perú, tanto así que para no ver a ningún paisano, ni siquiera familiar, que ya empezaban a viciarle el aire, prefirió emigrar hasta Alaska.

El gringo no para de hablar, “espera para contarte so guevón”, replica cuando fue interrumpido por el Yayo que, como buen gorrero y huele guiso de los del muni, ya se había incorporado a la mesa. "No sé ni cómo pero me casé tres veces, dos en USA y una en el Perú, y sin sacarla... sin sacar la partida de divorcio pues baby", el Yayo lo miraba con la boca abierta, pero abierta para aventarse la siguiente cucharada de ceviche, porque el puta come en cuchara por lo que en el barrio también se le conoce por "Telemach", ese programa de la TV alemana donde el que comía más rápido era el campeón. "ahora cada vez que quiero ver a cualquiera de ellas, llego con dólares y siempre encuentro las puertas abiertas". Que pendejo este gringo, pensábamos cruzando nuestras miradas sin decirlo.

En Alaska el gringo como maestro chef había llegado a trabajar a la prisión estatal. Allí pudo convivir de alguna manera con los más ranqueados que como castigo eran enviados hacia tan gélidas tierras. Una noche violaron a un muchacho recién llegado, proseguía el gringo. Eran siete brutales negros que le desollaron sus partes, por lo que al día siguiente que lo encuentran llorando, Tiffert le presta ayuda y le conduce a enfermería donde le brindan cuidados especiales. Un día después el joven amaneció muerto. El pobre atormentado se había ahorcado con las sábanas. Ese tipo de crucifixión no la aguantaba ni Cristo, afirma Russell.

“Bueno y de allí?”, preguntaba Yayo Feiguot sin soltar la cuchara. “De allí conche tu mare después de algunos años, por culpa de una incipiente diabetes me jubilé y ahora que recibo mi pensión decidí regresar a mi tierra a ver a tanto jijo e puta como tú bien sabes”, termina el gringo con una sonora carcajada de amistad.

Ahora el gringo Russell dice estar descansando en Perú pero regresa para Alaska por un contrato de 9 meses que ya firmó, esto en lo que es su fuerte, para atender un campamento de constructores de casas que el estado realiza para los aborígenes. Cosa que en Perú no sucede pues tenemos abandonados a nuestros primigenios habitantes que en otras latitudes como en Alaska y Nueva Zelanda se les considera como en joyel.
También desea Tiffert colaborar en la alimentación de los niños en las escuelas de este su Perú nativo, donde está presto a trabajar por llevar una dieta balanceada cuando el estado se decida de una vez por todas a brindar el necesario almuerzo al niño estudiante.

Es decir, gente que hasta para ser pendejo siempre fue buena, ha de morir buena, como nuestro compañero de aventuras de hoy, a quien le damos la bienvenida y le deseamos toda la suerte del mundo. Pórtate bien gringo, y si te portas mal ya sabes, hago banda y te acompaño.
Desde mi playa del río

martes, 22 de febrero de 2011

El Congelador del Manco Aldana

El barrio sur de la ciudad de Piura alberga, en su mayoría, gente buena de clase media baja, matarifes del camal, obreros y artesanos. Entre su muchachada siempre hubo buenos deportistas que supieron dar laureles a Piura, entre estos personajes hoy traigo a la memoria a Dn. Manuel Gregorio Aldana Garcés, ya desaparecido buen jugador del Atlético Grau en la década de los cuarenta allá en el estadio viejo. No tocaremos su carrera deportiva en el fútbol, hoy nos ocuparemos de sus incidencias en ese deporte que también apasiona a los piuranos. No hablo del futbol ni el fulbito, es el fulvaso. 
Allá  por los años 60, en la esquina de Junín con Moquegua, se terminaba de remozar la casa de los Aldana. Un ambiente fresco tras una ancha puerta en el ochavo que forman las esquinas de éstas calles, quedaba listo para la atención de los sedientos parroquianos, víctimas de la canícula piurana. Abría este bar con una característica muy especial, allí solamente se expendía cerveza y solo cerveza, hincapié que obedece a una realidad que luego haría famoso al Manco Aldana, jamás a nadie se le preparó un piqueo o plato de comida, de lo que muy bien pudieron dar fe sus antiguos clientes, o de los más recientes como el popular Arturo “Pavoroti” Riofrío, que también ya se enfrió. Es de recordar la primera vez que el buen Arturo concurrió a lo de Manuel Gregorio, donde se armaban simpáticas mesas con hombres de copas de diferentes generaciones, hastiado de beber cerveza y nada de combo se fue al baño y con gran estruendo se le “vinieron las cabras”, luego retorna a la mesa y de pie con los ojos llorosos limpiando sus anteojos, en tono de rogativa exclama : “Vámonos cuñao que estos viejos no comen nada, son pura bilis”. Más tarde, ya conociendo que “a comer a su casa” era la voz de aura, sería uno de los asiduos del Mocho Aldana,

Al referirse los piuranos a Manuel Aldana se le decía indistintamente Manco o Mocho, ya que perdió un brazo en un accidente de tránsito. Mas en su presencia, por su estampa de buen hombre, que lo era, y siempre ataviado con saco, todos le saludaban por su nombre o anteponiendo el bien ganado Don.
La especialidad de la casa era pues la cerveza helada, y en la temperatura precisa porque, eso si, fue una de las cervezas más ricas de todos los tiempos. Para lograr esto el Manco Aldana contaba con un congelador artesanal  construido bajo su idea y supervisión. Nunca ningún parroquiano vio como era por dentro, sólo Manuel Gregorio lo manipulaba con la que le quedaba. Por fuera era de elegante y fina madera, con una portezuela superior abisagrada que le daba un aspecto de gran congelador, mas no funcionaba a corriente eléctrica, he aquí el secreto, la cerveza era enfriada en recipiente de aluminio abrazado con hielo conservado en cal, y calculando la cantidad necesaria de “chela” para que se agote en el día, pues la cerveza mal tratada que se deja de un día para otro, o varios días, bajando y subiendo la temperatura se tuerce y pierde su buen sabor, nos decía Manuel Gregorio, lo que es una verdad absoluta. Quizá sea un poco difícil de explicar como se puede tomar cerveza por varias horas sin comer, pero, para los que así lo hacen, tal vez el comer sea un acto primitivo de conservación el cual, al igual que otros de la misma condición, “se debería hacer en estricto privado” como lo dijo algún día el poeta  Jorge Luis Borges.

Entre los asiduos y célebres clientes, comenzando por los que enterró el Manco Aldana, recordamos a don Calixto Balarezo, Julio de la Piedra, el ing° Eduardo Velasco, el escritor Carlos Manrique León, Carlitos Chira, Julio Boganni, Eduardo “Cachagatas” García, Panchito Burneo, don Jorge Fossa, Juan Ricardo Olaechea,  el Ing° Jorge Riofrío Manrique y su inseparable Richards, Jorge Garrido Lecca, el “Sambo” Carlos Ibarra, don Pedro Olavarría entre otros. Grandes amigos todos y dueños de exquisitos temas de conversación de la Piura antigua, de política, de agricultura y de cualquier tema, ya que algunos fueron hombres de campo pero todos bien leídos; muchos de ellos desempeñaron cargos públicos. De otra camada, también fallecidos contamos al abogado y escritor Rufo Cárcamo, el psicólogo Posadas Velaochaga.  Entre los sobrevivientes a este hermoso grupo de coloquiales amigos quedaba el popular agricultor don Eduardo “el Muerto” Arbulú, que por un tiempo mas bien se le pudo llamar por el Enterrador, pero como todos también se murió. Los renombrados profesores y escritores José Estrada Morales y JEMU Jorge Moscol Urbina, con sus tertulias sobre historia o comentando obras literarias llenaban de cultura el salón y los oídos de propios y extraños. Nos dejaron últimamente.
Las fotos de Víctor Raúl Haya de la Torre, de su equipo el Grau y un cuadro del Corazón de Jesús pendientes de las paredes, expresaban la filiación aprista de Dn Manuel, su pasión por el fútbol y su ferviente religiosidad. Fue gran acompañante de procesiones, tanto que cuando tocaba alguna fecha patronal desde temprano advertía : “por si acaso, no más hay cerveza hasta las cuatro”.
Era supersticioso y creía en las apariciones y las penas, por ello cuando fallece en Lima su gran amigo y asiduo cliente Don Calixto Balarezo, el Manco Aldana decía que el buen hombre había venido a recoger sus pasos, ya que en la madrugada, sin saber que había dejado de existir, escuchó voces y tintineo de botellas en el salón de la cantina. Manuel afirmaba esto con mucha solemnidad y convencimiento, recalcando con cara de asustado.
La fama de la rica cerveza del Manco atraía gente bohemia a sabiendas de que “los dioses no comen” era el slogan de este bar, que dicho sea de paso nunca tuvo nombre. Por ahí vimos a los renombrados escritores y poetas Víctor Borrero Vargas, Houdini Guerrero, Sigifredo Burneo, Genaro Maza, Alberto Alarcón, el cantautor Armando Rivera, el afamado caricaturista Luis Córdova, Luscor, los artistas plásticos Sergio Vise y Arcadio Boyer y otros generacionales. Los muchachos de la Unidad Vecinal capitaneados por el Ing°Alex “Baco” Córdova y el “Tiri” Montero nunca dejaron de llegar; asimismo de la  plazuela Merino “Camaguey” Ubillús, “Pepeco” Diaz, “Pichón” Fossa, Miguelito “la cabra” Arbulú, ya fallecido, y su hermano Quiñones siempre se les vio jugándose un cubilete con el recordado Fernando “Caracas” Seminario y su entrañable amigo el novelista Marto Padro, hermano de “Camapa” Martínez.
Evocando, encuentro a mis amigos el Chicato Sánchez y la Loreta Mayurí, que gozaban tomándole el pelo al Manco Aldana. Estos sabandijas conscientes de que el hombre, por su limitación física, sólo podía alcanzarles a la mesa hasta dos cervezas, le pedían bien serios : “Don Manuel, tres cervezas por favor”. Manuel Gregorio las primeras veces les miraba desconcertado pero lueguito las agarró y los mandaba a joder a su abuela.
En otra oportunidad un joven alimeñado, que respondía al nombre de Jano Rossel, y que también ya se murió, le llamaba de Tío.  Que, tío dos cervezas, que, tío cigarros, oiga tío qué no hay de comer?, en una de esas se le acerca el Manco y le dice : “con todo respeto, hazme recordar sobrino, a cuál de las mañosas de tus tías me he tirado para que me estés diciendo tío a cada rato?”, la celebración de la ocurrencia fue general.
Como en toda cantina no faltaban los cabeceadores, pero la gente siempre le cumplía : “Si me ves a ....fulano pásale la voz que venga a pagar” era su mensaje aprovechando que todos sus fialones eran conocidos. Cuando fallece el Ing. Jorge Riofrío Manrique, sabiendo que la hermana estaba arreglando sus cuentas, me envía como recadero : “Llévale por ahí a tu tía esta cuentita que me tenía el ingeniero” y se le canceló. Casi al final, yo le arrastraba una culebra de 56 soles, que se los fui a cancelar cuando ya estaba muy enfermo, “gracias, más vale tarde que nunca” me contestó sonriente, y nunca más lo vi.
 En la distancia, recordando aquellos tiempos y tanta gente buena, es fácil comprender que la amistad es un don a guardar como un tesoro. Quién en Piura, que guste de aplacar la sed con una bien al polo y no supo del congelador del Manco Aldana, ya sabe lo que se perdió.
Don Manuel Gregorio Aldana fue un hombre humilde y siempre vivió, como casi todos ahora, al día, por ello cuando fallece, uno de sus recordados clientes del “turno de noche”, el abogado Guillermo Barreto Purizaga tuvo la delicadeza y buena hombría de obsequiarle el nicho y organizar una colecta para cubrir los gastos de su sepelio que, dicho sea de paso, no fue muy concurrido por que la mayoría de sus amigos ya lo esperaban tras el fuego y la estrella. El Manco Aldana y su congelador  perduran en la retina de quienes lo conocimos, “como una estampa alegre en  la pared clavada”. Como diría el poeta Carlos Manrique León, asiduo cliente. 

martes, 15 de febrero de 2011

Y dónde quedaba La Casa Verde?


              Felix Floreano y la Casa Verde 
    
Sabía llegaría la hora de escribir algo sobre este grande bohemio piurano, mangache más preciso, al que el mismísimo Vargas Llosa hiciera una entrevista para matizar su programa televisivo, La Torre de Papel, que sobre nuestra Piura editara en 1981.


Lo conocimos a Félix allá por el año 1977. Me llevó hasta su casa el muy querido amigo Pepe de Armero, el mismo que moriría al poco tiempo en trágico accidente de moto, lo que nos unió aún más en una sólida e irremediable amistad, a pesar de la marcada diferencia de edades que me forzaban al respeto.
El negocio de don Floreano era la venta de anisado. A este bastión del criollismo igualmente concurrían viejos bohemios casi todos alcoholizados así como jóvenes en vías de, en busca de licor barato que además venía acompañado de hermosas antiguas canciones criollas que don Félix batía con su viola y su rastrera voz que parecía escapar de aquella invisible línea que separa  la vida y la muerte casi. La casucha tenía con las justas dos puntos de agua, no existía el desagüe y jamás se le colgó algún medidor de luz, pues con los mecheros era suficiente para darnos ese especial ambiente de bohemia si apenas sobrevivencial. Para miccionar había que ir al corral donde pacían chivos y cabras cuya crianza era tradición familiar.

La banda de “Huevo e Pava” en alusión a nuestro jefe, llegaba por lo general entrada la noche ya casi para tomarnos la del estribo. Sin embargo entrelazando las hermosas tertulias bajo las penumbras de los ateridos mecheros, siempre alcanzábamos a prender un mixto de “maricucha y pay”, que los mayores acostumbrados al cigarrillo negro fumaban también con agilidad inusitada y sin mayores preguntas. Dicen que prendas lo del otro día, me pasaba la voz Floro, como también llamábamos al viejo mangache de la calle Junín. Así sin querer nos convertiríamos en corruptores de estos viejos saurios en peligro de extinción.

De manera tal que el mayor palmarés del viejo Félix Floreano era haber sido guitarrista y cantor principal en la palizada de la Casa Verde, como se conociera a aquella picantería chicherío y cantina, tantas veces sodomizada, plantada en los extramuros de una incipiente Castilla al otro lado del río. El dueño, nos contaba don Félix, era un chiclayano de apellido Velásquez. Si bien es cierto no era un burdel propiamente dicho, con cuadra de cuartos, sí era frecuentado por mujeres de la vida muchas de ellas provenientes de la tierra del huerequeque, muy posible familias del tal Velásquez.

Cuando Mario Vargas Llosa realiza su reportaje el año 81 antes de las feroces lluvias, la novedad fue ver a don Félix en la TV pastoreando detrás de sus cabras, muchas de ellas dama de compañía de algún mozalbete cabrero, que también visitaban lo de Floreano.
Estás arriba don Félix! Era la expresión más común en la chinganita. Cuánto le dio el escribidor? Nada hombre, solamente la puerta de calle que ven y doscientos soles, replicaba el viejo mangache. Luego en la conversa nos alcanzaría a decir que Don Mario no conocía nada de la Casa Verde, que seguramente alcanzó a ver de lejos y por oídas.
Según data don Felix Floreano, la Casa Verde estuvo justo en los terrenos que hoy ocupa el mercado de abastos de Castilla, y esto coincide con los relatos de Vargas Llosa cuando dice que este lupanar se alcanzaba a ver desde el puente y que a hurtadillas se deslizaban por la orilla del río y aguaitaban como sacaban a las mozas y tenían relaciones a la luz de la luna. Y es que no era un burdel. la Casa Verde, y sí quedaba en el mencionado lugar, certificación expresa de don Joaquín Córdova, viejo y muy querido farmaceútico piurano, que conoció esta chingana en vivo y directo. Luego al ser abandonado el terreno revertiría al recién formado Concejo Distrital.

En efecto, los burdeles en Piura en aquella época quedaban en los extramuros de la ciudad, a la palestra en la Av, Loreto. Allí estaba lo de la Norma, lo de la América y mi linda tía la China Cari que está en el cielo y que de puro manatural la nombro pues, aunque en otra época, también fueron sus predios los de la Loreto. Estos datos me los pasaron mis tíos Ernesto “el pavudo” Trelles Carrasco y Federico Montenegro Aquino y Zavala, junto con “el serrano” Neyra los más bravos mozalbetes de la época, y de quienes en los indefinidos terrenos del  mal y del bien aprendiéramos tanto.

Con la reverencia a nuestro premio Nobel y principalmente con la caricia del recuerdo de mis amigos del alma don Félix Floreano y Pepe de Armero, dejo aquí constancia de tamaña inexactitud.

domingo, 13 de febrero de 2011

El zapato del Brujo


Nos confesaba Desiderio Espinoza algo que ni sus propios allegados o muchos de los que se consideran amigos de antaño han conocido. Mantuvo muy cercano contacto con muchísimos personajes importantes de Piura cuando les sirviera como mozo en el aristocrático Centro Piurano. Esto debe haber sido por fines de los 40 y principios de los 50.

Desiderio me defiere algunos datos que contrastados con los que habíamos recogido de otras fuentes coincidirían plenamente. Mi abuelo don Baltazar Manrique Carrasco, escribano de estado, generalmente acompañado de sus grandes amigos los abogados Manuelín Cevallos y Otoniel Carnero, tal vez tomando viada como envalentonándose antes de marchar hacia los "bajos fondos", se echaban unas copas en el Centro Piurano, cosa que no saldría de lo común si es que no me hubiere también referido Espinoza que al día siguiente de la tranca, a eso de las 12 del mediodía y a manera de corte, usualmente don Balto mandaba a preparar y recoger un Bloodymary (vodka con jugo de tomates, tabasco y otras especies) servido como debe ser, esto es en vaso de trago largo, del más largo que pudiérase encontrar.
De lo anterior damos por consentido que don Desiderio Espinoza antes de ser brujo o curandero sirvió como mozo en nuestro primer club social, el Centro Piurano. Allí  departiría sus conocimientos y consejos con Piura de arriba.

Vivió Desiderio en la calle de Cuzco del Barrio Norte, pasando San Teodoro. Así se puede entender por qué en todas las fiestas de celebraciones que posteriormente realizara en su conocida casa de curaciones en la Av. Progreso de Castilla, siempre estarían presentes sus familiares, amigos y amigas de esta mal afamada mangachería rabiosa. Esta podría llamarse la otra parte de Piura, la de abajo.
La fiesta principal para Desiderio era la dedicada a su virgencita del Carmen en el mes de Junio, entre el 14, 15 y 16 que se convertían en días de paganas celebraciones. En ellos se rezaba en las horas del rezo, por lo general muy de mañana o en la noche, por lo que los que asistíamos en horas del calor pagano de la celebración nunca pudimos ver ni oír ninguna de estas demostraciones.
Todo lo contrario siempre estaban presentes guitarristas y cantantes y la bebida que corría a cántaros era precisamente esa, la chicha de jora de Catacaos. Al final vendría la cerveza intercalada con el exquisito rompope de cañazo, cóctel superior a cualquier otro habido y por haber, con el perdón de todos los pisqueros.

Era un privilegio para cualquier cholo ya sea de Catacaos o proveniente del Bajo Piura, de Castilla o de Piura mismo ser comadre o compadre del Brujo. Gracias a ello, o persé como dicen los escritores de fama, en las fiestas era mucho el boato pero no tanto el gasto. Desiderio no era ningún pelotas y de la chicha que se bebía y los animales que mataba ni la mitad salía de su bolsillo.
En lo musical personalmente le serví alguna vez de apoyo para cantar su vals favorito Rebeca, a la vez que con su mano entretejía en la maraña pectoral. “Ay Rebeca yo muero por ti”… cantaba Desiderio pestañando sus ojos adormitados. Eso si, nunca tuve nada que ver con sus otros vicios e intimidades, lo podría jurar, cosa que Lucho, el chofer de una combi de mi propiedad, no podrìa hacer pues en aquella época era el favorito del curandero. 

Merced a estos amores es que frecuentábamos y tomábamos copas con el Brujo, donde alguna de sus comadres, preferentemente donde La Tila, allá en Catacaos.
El gasto corría por su cuenta pero como de costumbre gastaba por mitad, pues los picaos los ponía la dueña de casa. La verdad al final nos alejamos de esta amistad porque era muy chichero el Brujo y de tanta chicha ya el pelo estaba que se nos ponía chuto.

Siguiendo con la celebración, a eso de las 5 de la tarde, en medio del jolgorio empezo a quedar todo en gran silencio. Aquel que levantaba la voz la propia gente le mandaba callar. Lo mismo se paralizó el trago. “Puta qué pasó”, dijimos, “se acabó todo… tan temprano”. El negro Ramos, Caliche García, el ñato Bregante, Amaro León, cachagatas García, Paco Sánchez, que habían caído en grupo, todos preocupados se acercan a la sala mayor donde al frente de una gran mesa el Brujo, ya entrado en tragos, se dirigía a sus comadres y compadres para predecir todos los agüeros que ellos deseaban escuchar.
Esto era fácil para Lelo, como le llamaban los más allegados, pues él se sabía la vida de cada uno de los presentes en la mesa. A ti María este año te va a ir bien en tus sembríos de algodón, a la Juana que su hija se iba a mejorar de salud, al compadre Manuel "poncho viejo"  que la mujer iba a regresar.

Todos querían conocer su suerte. “A mi Lelo”, “a mi Lelo”, se disputaban el turno. Así hasta que Lelo, que ya se le veía agotado e impaciente, en un arrebato increíble dando un golpe a la mesa arroja la dura frase “...pero eso sí les digo que el próximo año se acaba el mundo”. Todo el auditorio apiñado en el salón al unísono clamaba “No Lelo… No Lelo” a lo que el Brujo frunciendo el seño y con voz terminante  respondió “Ya lo dije… Ya lo dije” y salió de la sala batiendo las manos ordenando se reanude la música y siga el jolgorio. Todos los que habíamos llegado desde la Plaza de Armas, incrédulos de lo que habíamos escuchado de voz de Lelo, nos aguantábamos la risa hasta más no poder.

Desiderio era pues un hombre muy querido en todos los círculos, hasta por las blanquiñosas pues cuando estuvo en su apogeo, según propia referencia y mis ojos también vieron, llegaban señoras de alta alcurnia para conocer de su futuro o recoger algún consejo para enfermedades y también conjuros amorosos para retener maridos. Uno de esos días llegaría por allí la que después sería mi querida suegra. Se apareció con sus sobrinas de la leonada, seguramente en busca de algún sortilegio contra su marido que le sacaba la vuelta, y contra este pechito que pretendía a la hija. Todo fue que me alcanzaron a ver al fondo, acompañado de mis amigos Lucho y el Zorro Sánchez esperando que acabe Lelo para ir a lo de la Tila, para darse media vuelta saliendo apuradas como si hubiesen visto al mismísimo diablo. Creo que nunca más habrían regresado.

Decíamos que Desiderio inició sus mesadas y curaciones en la calle Cuzco del barrio norte, al costado de la casa de don Félix Ramos Suárez, y como él mismo alguna vez se definiera, era un hombre muy recto, pero eso sí no era fanático. Es decir, era jueves y de manito quebrada.

Así de esta manera cuentan los muchachos de la plaza de Salaverry, allá frente al Teatro Municipal, capitaneados por Paquito Seminario y por mi compadre Huevo e Pava, todo certificado, oleado y sacramentado por el doctor Lucho Cevallos allá donde la Porongo frente al Municipal; relatan que por las noches, a la hora del reposo del Brujo, le llegaba a visitar el cholo Píldoras. No se sabe que cosas raras harían adentro, pero a propia confesión del cholo de marras detalla que una de esas noches, en la oscuridad del cuarto, interrumpiendo momentos de recogimiento e intimidad, tocan a la puerta en forma insistente y por demás sonora. El Brujo asustado le pide a su cariñoso acompañante “andate rapidito cholo que esa es mi hermana, salte por el corral”. Lelo era eso sí muy respetuoso de la familia y la tradición.

El cholo Píldoras efectivamente se viste en un dos por tres y se pone los zapatos para salirse envalao. Por ruta natural llega hasta la plazuela del cine Municipal, asesando un poco se sienta entre los muchachos, y ya un poco relajado estira las patas. “Gua, cholo, te has venido con los zapatos cambiados", exclama Paquito al ver que el Píldoras traía puestos un zapato marrón y el otro de charol negro y blanco. “Oye, ese es el zapato de Desiderio” recalca Picho Urbina. “Mierda las cagué” esputa el cholo al mismo tiempo que obligado por las circunstancias inicia todo el anterior relato a propia confesión y sin relevo de prueba.

Desde ese día el cholo Píldoras fue reconocido en la mangachería como el marido oficial del Brujo, y uno de los pocos que tenía derecho a llevar invitados por su cuenta a las fiestas de Desiderio Espinoza, que valgan verdades si bien era del otro bando, realmente era más caballero y más derecho que cualquierita, por lo que para los que tuvimos el privilegio de conocerlo siempre tendrá el bien ganado título de ser “El Brujo de Piura”.

sábado, 12 de febrero de 2011

El moño de la Tía Clorinda

Corría el año de 1963 y en Piura después de mucho tiempo se restituía las celebraciones de su Semana Jubilar. Don Oscar Román Baluarte era a la sazón el primer alcalde elegido por el pueblo representando al partido del presidente Belaúnde, quien como primera medida de su gobierno había dispuesto elecciones directas para los municipios, alcaldías que en dictadura siempre fueron designadas a dedo.

En ese primer concejo edil como presidente de la Comisión de Cultura se desempeñaba don Carlos Manrique León, concejal por el partido aprista, quien como tal fuere también presidente de la comisión de celebraciones. Estas festividades a decir de los más veteranos fueron inolvidables tanto por su gran organización como por el concurso de la ciudadanía en forma participativa.
También serían trágicamente inolvidables pues Susana I Reina de Piura una vez terminado el desfile de carros alegóricos como cierre de las festividades, sufrió un accidente en la carretera a Sullana donde el auto en que se movilizaba se empotró contra un volquete de recojo de basura que irresponsablemente sin luces de peligro se dirigía al relleno sanitario de la ciudad.
Resultado fatal, Susana León Trelles perece en el accidente enlutando no sólo a su familia sino a todo Piura que herida en duelo la acompañó a su última morada.

Sucede que entre los múltiples espectáculos y diversiones que se puso a disposición del público llegaron los juegos mecánicos, trayendo como principal atractivo la novedosa Montaña Rusa. Don Carlos como presidente de la antes referida comisión recibió buena cantidad de pases para estos juegos mecánicos. Un día que llegó a su casa un tanto copeado, pues el reconocido poeta y escritor también fue gran bohemio, encontró a sus primas de visita y junto con sus hermanas las invita a salir a la verbena popular y hacer uso de los mencionados pases. Bueno pues, las primas Seminario León y doña Clorinda Correa León se decidieron a subir y probar la montaña rusa pese a la oposición del primo Carlos y su esposa Carmencita quienes les advertían de los peligros. “No hay que tener miedo, carajo”, exclamo doña Clorinda entre retando y dándose valor a la vez.   

Así los coches empezaron a rotar, al principio lento lo que le acomodaba bien a la tía quien con aires de suficiencia miraba hacia el público. “Ya ves Jesús que no era pa tanto” le comentó a su prima que iba al lado. Cuando de repente el tirón de la primera subida y la súbita y violenta caída del coche. “Qué así era la cojudez?” alcanzó a preguntarse la pobre mujer tratando de ponerse de pie, lo que su prima Jesucita evitó de un fuerte jalón que la mantuvo en su asiento. Para esto Clorinda ya presentaba rasgos de desesperación. Sus ojos que de por si eran saltones estaban desorbitados y su voz desgarrada empezó a escucharse en todo el recinto. “paren esta cojudez” “indio desgraciado para que me mato”. “So jijo de una gran puta paraaaaa” se alcanzó a oír en el siguiente pase de los carros, a la vez que un chorro de vómito caía sobre los ocasionales espectadores. “Primo que paren esta cojudezzzz” ya con el moño desbaratado alarmó a don Carlos que fue a exigir que detengan la montaña rusa, pero todo fue infructuoso y nada se pudo hacer por ayudar a la pobre tía Clorinda.

Finalmente se detienen los coches y recién pueden bajar las sesentonas zarandeadas primas. La tía Clorinda tratando de arreglarse el moño y al mismo tiempo insultando a los operadores “estos indios desgraciados hijos de puta casi me han matado” alcanzando a meterle un carterazo en la cabeza a uno de ellos. El primo Carlos tratando de calmarlas iba detrás de ellas un poco entre asustado y otro aguantando las ganas por arrastrarse de la risa, como así lo hizo hasta el día de su muerte cada vez que se acordaba de esta entrepijada aventura de la primera Semana de Piura de la nueva era.

A su sobrina y reina Susana I le dedicaría el bello y conmovedor poema “Flor Sacudida”. 

San Miguel Arcángel, el Cholón

Lejos de constituir una celebración de riguroso sentido religioso las fiestas patronales de los pueblos del interior, van encerrando día a día un intenso sentimiento pagano, donde bajo la justificación de lo religioso se incrementan grandes movimientos comerciales y también reencuentros sociales que terminan en las más espantosas borracheras casi siempre con bailongo incluido de cierre de fiestas, donde por supuesto nacen muchos nuevos fiestitas.
El patroncito del pueblo es siempre una imagen de yeso muy bien cuidada y ataviada. Cuentan que cierta vez en un pueblo del Bajo Piura el mayordomo, que es el encargado de buscar fondos durante todo el año para las festividades, en los movimientos de la imagen del Arcángel Miguel sufre un percance que daña el yeso, no siendo posible su reparación inmediata.
El pobre hombre se rompía la cabeza buscando solución a su problema y no ataba ni desataba. Hasta que mirando a su hijo, un fornido y jovenzuelo cholón, se le cruza la peregrina idea y lo ve como el arcángel, diciéndole “José tú me vas a sacar del apuro”, “yo papá, cómo?” “te vas a vestir y representar a la imagen”, “No papá yo no puedo, no” finalmente logra convencerlo con alguna dádiva y se disponen a vestir al santo. Sin embargo no había la vestimenta que le quedara por lo que optaron por adquirir papel crepé y procedieron a enfardarlo. Finalmente la imagen si bien no queda perfecta al menos como se dice pasaba piola.
Sale el cortejo de lo más normal, pero avanzando a su encuentro a dos calles viene la comparsa de las Tres Marías, que eran tres cholitas maltoncitas ataviadas de minifalda y bien presentaditas que zarandeaban sus cuerpecitos cantando “somos las Tres Marías más puras que un clavel” “somos las Tres Marías más puras que un clavel”, se le colocan delante de las andas que llevaban al cholón algarrobado vestido con papel crepé. A la tercera vez que le repiten la danza cantada, el cholo ya no aguanta más y después del  “somos las Tres Marías más puras que un clavel” mirando a su padre alcanza a rimar: “quítenmelas de en medio que se me rompe el papel”. El mayordomo preocupado procedió a retirar a las Tres Marías, a la vez que los encargados revestían las partes dañadas de la muy humana imagen.  

______________________________________________________________
Tradición recogida en una tertulia familiar con la señora Carmen Argüelles de Manrique, directora de la Revista Epoca, decana del periodismo regional.